El lugar era frío y una tenue luz iluminaba el cuerpo cableado a unos
monitores de vida. Una mujer se acerco y susurro algo al oído del
hombre, este intentó moverse, pero ella lo detuvo. No se mueva, le dijo,
soy su médica, y apretó suavemente su mano… tranquilo, usted ha tenido
un accidente cardíaco – es muy grave – pero estamos todos a su lado…
rece para que todo salga bien.
Afuera su mujer recibía la amarga noticia que su esposo no pasaría esa
noche. Ella sabía que esto era parte de un camino que él debía recorrer,
pero por sobre todo, sabía que la Gloria de Dios se impondría a la
mentira.
Pero todo indicaba lo contrario, los estudios - para mal de lo que creía
su esposa - confirmaban paso a paso la gravedad del infarto masivo que
él había sufrido, el corazón en su mayor parte muerto, estaba
enormemente agrandado y con una profunda herida interna, un coagulo
inmenso y páginas de informes negativos que se añadían a cada momento,
anunciaban un previsible e inevitable desenlace… Pero llegó el amanecer.
Los días siguientes pasaron angustiosamente hasta que en forma increíble
este hombre fue llevado a una unidad de cuidados intermedios donde
también monitoreado, podría llevar una vida más “normal”.
Si bien su estado era más que delicado, lo peor había pasado, y ahora se
debía definir la estrategia a seguir. Los estudios continuaron pero uno
de ellos, el más importante, mostró que era imposible ayudar a ese
corazón con la acostumbrada expansión por Stent, ni aún con la cirugía
de bypass. Nuevos estudios muy particulares serían necesarios para
profundizar más en ese corazón, en el que no había mucho más por hacer.
Fue dado de alta ambulatoria con las máximas reservas del caso. El
reposo absoluto y los más de doce fármacos recetados, si bien aliviaban
su dolencia le condenaban a otros padecimientos a corto plazo.
A los pocos días de salir del hospital, una grave descompensación obligó
a una nueva internación, pero esta vez en una unidad de terapia
coronaria de alta complejidad. Allí, conectado a instrumentales que
monitoreaban hasta la más insignificante función y que nada dejaban
pasar por alto, se decidió operar el siguiente sábado, ya que la
gravedad del estado no daba tiempo para otro estudio. El médico a cargo
de explicar el proceso a que se sometería, le comentó categóricamente
que esto era lo único y lo último que se podía intentar - si es que aún
era posible hacer algo - a fin prolongar unos meses su vida mientras se
estudiaba la posibilidad de un transplante.
El día Jueves llegó de visita su esposa con uno de sus hijos, dejaron un
pequeño envoltorio en la mesa de servicio y transcurridos los pocos
minutos de la visita se retiraron. El hombre se incorporó y la enfermera
acudió de prisa a su lado, ¿Qué es lo que necesita?, acuéstese por
favor… el hombre le miro a los ojos y le dijo: debo irme.
El médico, perplejo, mientras quitaba los sensores de su cuerpo, trataba
de explicarle que si se abandonaba esta sala de alta complejidad, donde
le mantenían con vida, moriría irremediablemente antes de cruzar el
portal de este moderno hospital. No había un lugar a donde él pudiera
llegar, pero, amable y decididamente, este hombre le dijo al médico que
aún debía conocer y hacer muchas cosas antes de morir.
Al bajar, los suyos le esperaban afuera, los tres se abrazaron y
mientras reían, como si hubiean encontrado un tesoro, las lagrimas corrían por sus mejillas… algo había
sucedido en la viña del Señor.
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